La séptima temporada de Black Mirror llegó a Netflix con la expectativa de revolucionar una vez más la antología distópica que, en su día, quebró fronteras con su mirada inquietante hacia la tecnología y la sociedad. En una era donde todo parece saturado de comentarios sobre la misma tecnología que la serie supo criticar tan acertadamente en sus primeras temporadas, no es fácil sorprender. Sin embargo, la serie sigue siendo un espejo en el que nos miramos, una crítica no solo al futuro tecnológico, sino a nuestras decisiones presentes, aunque a veces parece que ha perdido algo de su toque original.

La temporada comienza con “Gente corriente” (7×01), y no se puede evitar la sensación de déjà vu. Charlie Brooker se enfrenta una vez más a las contradicciones de la sociedad capitalista, pero esta vez lo hace a través de una pareja promedio, con un diagnóstico de enfermedad grave que se convierte en una crítica feroz sobre la mercantilización de la salud. Black Mirror siempre ha sido más efectivo cuando apunta a los aspectos más inquietantes de nuestra realidad cotidiana, y aquí lo hace de forma segura, sin caer en la parodia. Es un recordatorio de cómo la tecnología, lejos de liberarnos, puede ser una forma más de control y explotación. Sin embargo, no podemos evitar preguntarnos si este tipo de historia no la hemos visto en alguna otra parte ya. El “plan de salud” que termina siendo una pesadilla económica tiene demasiados ecos de lo que ya nos han contado otros medios, pero la ejecución, en particular la actuación de Rashida Jones y Chris O’Dowd, logra enganchar.

El siguiente episodio, “Hotel Reverie” (7×03), parece ser un intento de fusionar la nostalgia de Hollywood con la pesadilla tecnológica clásica de Black Mirror . Es un concepto brillante en teoría: una máquina que permite recrear clásicos del cine con actores digitales insertados en las escenas. El resultado es un espejo en el que nos vemos reflejados, analizando hasta qué punto la creatividad humana puede ser reemplazada por la inteligencia artificial. Aquí es donde Black Mirror realmente se siente relevante, con una crítica al uso de la tecnología en el cine y el arte que toca fibras sensibles, cuestionando si estamos dispuestos a sacrificar lo humano en busca de una simulación perfecta. Sin embargo, a pesar de sus grandes ideas, el episodio se desinfla hacia el final, recordándonos que, a veces, la esencia humana no se puede replicar, no importa cuán perfecta sea la tecnología.

“Bête Noire” (7×02)” nos presenta una historia más surrealista. Mientras explora la manipulación de la realidad y la percepción, nos recuerda a esos episodios anteriores que jugaban con los límites de la conciencia humana. El enfrentamiento entre la protagonista y una misteriosa mujer que altera la percepción de los demás se siente como un recordatorio de cómo el conocimiento y la verdad pueden ser fácilmente manipulados en la era digital. Aunque el episodio resulta entretenido, hay algo que se siente como un déjà vu dentro de la serie: el concepto no es nuevo, pero sigue funcionando porque Black Mirror siempre ha jugado con nuestros miedos más profundos sobre el control de la realidad. Pero, a fin de cuentas, Bête Noire se queda corto, siendo un capítulo que más que innovar, se limita a seguir una fórmula que ya hemos visto antes.

En “Eulogy” (7×05), la serie toma un giro más emocional. La premisa, que involucra una tecnología para revivir los recuerdos de los muertos a través de sus seres queridos, tiene un potencial impresionante, pero no logra llegar a las profundidades emocionales que la historia promete. Es un episodio que intenta hacernos reflexionar sobre el luto y los recuerdos, pero se siente como un ejercicio de sentimentalismo digital. Aquí, Black Mirror hace algo interesante: trata de humanizar la tecnología, pero no siempre logra que la conexión con los personajes se sienta genuina. Sin embargo, el concepto de revivir a los muertos a través de sus recuerdos sigue siendo una pregunta fascinante: ¿realmente queremos recordar solo lo bueno de las personas que hemos perdido?

“USS Callister: Infinity” (7×06) es quizás el episodio que más refleja la nostalgia de los fanáticos de la serie. Es una secuela directa de uno de los episodios más queridos de Black Mirror , pero parece atrapado en la sombra de su predecesor. La secuela es excesivamente dependiente del conocimiento previo, y aunque la trama sigue ofreciendo reflexiones sobre la obsesión con los videojuegos y las fantasías de poder, se siente más como un ejercicio de fanservice que como una historia que necesita ser contada. A pesar de las innovaciones técnicas y las posibilidades que presenta, no consigue alcanzar el nivel de su predecesor, lo que genera cierta frustración, pues nos deja con la sensación de que podríamos haber tenido algo más original.

Finalmente, “Juguetes” (7×04) cierra la temporada con un episodio que, sinceramente, no termina de cuajar. A pesar de la interesante premisa sobre un videojuego que permite simular el crecimiento y evolución de civilizaciones virtuales, el episodio no aprovecha su potencial. La crítica social sobre la inteligencia artificial y los videojuegos se diluye rápidamente en una historia que se siente más como una reflexión superficial sobre la evolución humana. El esfuerzo por hacer algo diferente no consigue el impacto esperado, y el resultado final es simplemente olvidable.

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