Durante casi cuatro décadas, Enrique Ricardo Díaz Vázquez vivió como Gene Katzorke: un ciudadano estadounidense ejemplar, veterano de guerra, padre de familia, ingeniero y empleado en una empresa tecnológica. Pero su historia, que parecía sacada de una novela, se vino abajo cuando intentó renovar su pasaporte por cuarta vez. El sistema alertó algo insólito: el verdadero Gene Katzorke había muerto en 1966, con apenas dos años.
Díaz Vázquez, nacido en Guadalajara, México, había llegado a EE.UU. en los años 80. Al no poder ingresar al Ejército por su estatus migratorio, tomó una decisión extrema: fue a un cementerio en Tucson, Arizona, eligió un nombre de una lápida y lo usó para crear una nueva identidad. Con esa vida falsa logró todo lo que el sueño americano promete.
Sirvió en Irak, estudió ingeniería, se casó dos veces, tuvo tres hijos, y desde 2016 trabajaba en ciberseguridad para PayPal. Incluso ganó premios como fisicoculturista. Su hija, Kazandra, lo describe como “un verdadero americano”. Su abogado insiste en que es un “ciudadano ejemplar” que cometió un error hace casi 40 años.
Pero no todo era tan claro: en 1988 fue condenado por la muerte de una bebé, hija de una ex pareja. La sentencia fue anulada por fallos procesales y Díaz Vázquez retomó su vida sin consecuencias judiciales. Ahora, además de los cargos por fraude de identidad y documentos, enfrenta una posible deportación y una condena de hasta 10 años.
Su caso vuelve a poner sobre la mesa debates incómodos: ¿puede una vida entera construida en base a una mentira ser redimida por décadas de buenas acciones? ¿Dónde trazamos la línea entre el fraude y la redención?
Su juicio comenzará en junio. Mientras tanto, permanece detenido sin fianza. Detrás de las puertas cerradas del sistema judicial, se jugará el futuro de un hombre que, durante casi 40 años, fue todo lo que se espera de un ciudadano… excepto por el detalle de quién era realmente.
