En la superficie del océano, lejos de las regulaciones, los impuestos y los votos de la mayoría, empieza a surgir un nuevo tipo de utopía. No se trata de un mito ni de ciencia ficción, sino del más reciente sueño (o delirio) de algunos de los millonarios más excéntricos del planeta: crear pequeñas ciudades flotantes autónomas, gobernadas por algoritmos, criptomonedas y, por supuesto, ellos mismos.

Bienvenidos al mundo de las seasteads , cápsulas o plataformas flotantes que prometen rehacer la civilización desde cero, pero con buen WiFi, reglas a medida y helipuertos privados.

Micronaciones tech: ¿nueva frontera o fantasía egoísta?

El concepto no es nuevo. Desde hace décadas, libertarios, tecnoutópicos y millonarios aburridos han coqueteado con la idea de fundar micronaciones —espacios fuera del control estatal donde puedan experimentar con nuevas formas de gobernanza, economía y estilo de vida—. Pero en los últimos años, con el auge de las criptomonedas, la inteligencia artificial y el colapso de la fe en las instituciones tradicionales, la fantasía se ha tecnificado y refinado.

Empresas como Ocean Builders y organizaciones como The Seasteading Institute (fundado por Patri Friedman, nieto de Milton Friedman, y apoyado por Peter Thiel, cofundador de PayPal) han invertido millones en el diseño de cápsulas oceánicas capaces de albergar a pequeños grupos humanos con sistemas autónomos de energía, filtración de agua y producción de alimentos.

Algunas las ven como laboratorios vivos de innovación política y ambiental. Otros, como la versión acuática del bunker prepper , pero con vista al mar y discursos sobre “libertad individual”.

El mar como refugio (y excusa)

¿Por qué el océano? Porque no pertenece a ningún Estado en particular. Porque es “libre”, en teoría. Y porque ahí, bajo la bandera de la innovación, se puede ensayar sin permisos un modelo de gobernanza algorítmica, mercados desregulados y contratos inteligentes sin que ningún Congreso, Suprema Corte o sindicato moleste.

Estas cápsulas no son solo estructuras físicas, sino manifestaciones ideológicas. Son las nuevas “islas del doctor Moreau”, pero en vez de bestias, contienen libertarismo con diseño escandinavo y criptoutopía tropical.

Entre la distopía y el simulacro

Las críticas no tardan en llegar. ¿Quién decide las leyes en estas cápsulas? ¿Quién fiscaliza la seguridad, los derechos humanos, el medio ambiente? ¿Qué pasa si alguien enferma, si alguien disiente, si alguien simplemente no tiene millones para comprar su lugar en esta Atlántida privada?

Mientras el mundo enfrenta desafíos colectivos —desde la crisis climática hasta las pandemias—, estos proyectos promueven soluciones individuales, escindidas, encapsuladas. Es la gentrificación de la civilización, pero en versión náutica.

Además, muchas de estas iniciativas terminan como renders brillantes y comunicados grandilocuentes. El mar, en la práctica, no es tan acogedor: las tormentas, la corrosión, la logística y la soledad son problemas que ni el capital más inflado puede resolver fácilmente. Por algo, la mayoría de estas “ciudades del futuro” no pasan de prototipos o terminan abandonadas a la deriva, como ocurrió con una cápsula construida frente a las costas de Tailandia, que el gobierno pareció ilegal y desmanteló.

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