Durante mucho tiempo, los trastornos alimentarios se han asociado casi exclusivamente con adolescentes. Sin embargo, médicos y especialistas alertan sobre una creciente epidemia silenciosa: cada vez más mujeres de mediana edad y mayores entre los 40 y 70 años están luchando con estos trastornos, a menudo en silencio, incomprendidas y mal diagnosticadas.

“El estigma etario es profundo”, señala la Dra. Cynthia Bulik, directora fundadora del Centro de Excelencia para Trastornos Alimentarios de la Universidad de Carolina del Norte. “Muchas mujeres nos dicen que sus médicos les han dicho que ya están ‘muy grandes’ para sufrir un trastorno alimentario. Eso no solo es erróneo, sino también peligrosamente negligente”.

Cambios hormonales y crisis vitales

Expertos coinciden en que la menopausia y especialmente la perimenopausia actúan como disparadores clave. Al igual que la pubertad, este periodo implica una profunda transformación hormonal, especialmente una disminución sostenida de los niveles de estrógeno. Esta caída afecta directamente la producción de serotonina, influyendo en el estado de ánimo, el apetito y la imagen corporal.

“Durante esta etapa, muchas mujeres experimentan un aumento de grasa abdominal y una reducción del metabolismo basal”, explica el Dr. Jason Nagata, del Hospital de Niños Benioff de la UCSF. A estos cambios físicos se suma la pérdida de masa muscular (sarcopenia) y una sensación general de fatiga o falta de energía.

En paralelo, la mediana edad suele coincidir con otras sacudidas existenciales: hijos que abandonan el hogar, rupturas de pareja, responsabilidades laborales intensas, padres ancianos que requieren cuidados. En este contexto, no es raro que el control sobre la comida ya sea a través del exceso o la restricción— se convierta en una forma de manejar la ansiedad y el caos emocional.

“Las mujeres cargan con una gran parte del peso emocional y doméstico en esta etapa de la vida”, afirma la enfermera especializada Robyn Kievit. “No es raro que intenten recuperar un sentido de control en medio de tanta incertidumbre a través del cuerpo y la alimentación”.

Tipos de trastornos más comunes

El más prevalente en este grupo etario es el trastorno por atracón, caracterizado por episodios recurrentes de ingesta compulsiva de alimentos, muchas veces en secreto y con sentimientos de culpa posteriores. Le siguen la bulimia nerviosa que combina atracones con conductas purgativas como el vómito inducido o el uso de laxantes y, en menor medida, la anorexia nerviosa.

También ha cobrado notoriedad la ortorexia, un trastorno menos conocido pero igualmente dañino, centrado en una obsesión por la alimentación saludable y el ejercicio extremo. Si bien aún no está oficialmente reconocido en los manuales diagnósticos, los expertos lo observan con preocupación creciente, especialmente entre mujeres en la perimenopausia. “Puede llevar a estados de desnutrición severa bajo el disfraz del ‘bienestar’”, alerta la Dra. Elizabeth Wassenaar, especialista del Centro de Recuperación Alimentaria de Colorado.

Aunque las estadísticas varían, se estima que entre el 2 % y el 7 % de las mujeres mayores de 40 años cumplen con criterios clínicos para un trastorno alimentario. Algunas investigaciones elevan esa cifra al 13 % en mujeres mayores de 50, y ciertos estudios sugieren que hasta el 30 % podría estar experimentando síntomas que no llegan a un diagnóstico formal, pero igual requieren atención.

El problema, sin embargo, no es solo la prevalencia, sino la falta de detección y diagnóstico oportuno. Los síntomas son minimizados o confundidos con “malos hábitos alimentarios”, “problemas de autoestima” o incluso con el propio envejecimiento.

Uno de los desafíos más grandes es romper con el estereotipo del trastorno alimentario como algo que solo afecta a adolescentes con bajo peso. “La realidad es mucho más diversa”, advierte Wassenaar. “Los trastornos alimentarios no discriminan por edad ni por talla. De hecho, muchas mujeres con estos cuadros tienen peso promedio o incluso sobrepeso”.

Visibilizar estos casos no solo permite que más mujeres reciban la ayuda que necesitan, sino que también desafía una visión cultural que valora la delgadez eterna y castiga cualquier signo de envejecimiento corporal.

Para los profesionales de la salud, el llamado es claro: escuchar con empatía, actualizar sus conocimientos y no descartar síntomas por cuestiones de edad. Para la sociedad en general, es fundamental dejar de glorificar la juventud eterna y permitir que las mujeres atraviesen sus cambios vitales con dignidad, apoyo y sin presión estética.

Comparte si te ha gustado

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Previous post De una cirugía de ligadura a una lucha por la vida: la pesadilla de Alison y su pedido de justicia
Next post Oasis regresa tras 16 años: sus canciones siguen intactas