En enero de 2022, la pequeña y tranquila comunidad de Beal City, en el corazón agrícola de Michigan, se vio sacudida por una historia tan absurda como inquietante: una adolescente era brutalmente acosada por internet… y su madre era la responsable. Kendra Licari, de 42 años, se transformó en un símbolo nacional del lado más oscuro de la sobreprotección materna, el control emocional y el anonimato digital. Su caso inspiró películas, un próximo documental de Netflix y un debate profundo sobre salud mental, tecnología y vínculos familiares.

Todo comenzó con mensajes anónimos. Decenas, a veces más de 30 por día. Eran crueles, obsesivos, detallados. Ashley, una estudiante de primer año en la secundaria Beal City High, y su novio Owen, eran los blancos de una campaña de hostigamiento que parecía salida de un thriller: amenazas, insultos sobre su aspecto físico y su relación, imágenes manipuladas para ridiculizarla públicamente. El impacto emocional fue devastador. Ashley oscilaba entre la angustia y el silencio, mientras Owen, hasta entonces despreocupado, comenzó a retraerse.
Los mensajes eran tan personales, tan precisos, que los primeros sospechosos fueron sus propios compañeros de escuela. Khloe Wilson, una adolescente con la que Ashley había tenido roces, fue inicialmente señalada, pero no había pruebas. Nadie imaginaba lo que estaba por descubrirse.
Kendra Licari no era una madre ausente. Todo lo contrario: estaba en todas partes. Participaba en el equipo de básquet como asistente, revisaba el teléfono de su hija, intervenía en sus amistades. Cuando los mensajes comenzaron, Kendra fue una de las primeras en exigir acción. Se reunió con el director Dan Boyer y con la madre de Owen, Jill Mckenny. Lloraba, insistía en que se hiciera justicia.

Pero algo en su comportamiento no cuadraba. Su insistencia era tan excesiva que pronto generó murmullos entre padres y personal escolar. ¿Por qué parecía más preocupada por dirigir la investigación que por el bienestar emocional de su hija?
La investigación se intensificó con la participación del Internet Crimes Against Children Task Force, un grupo especializado del FBI. A través de rastreos de IPs y metadatos, los técnicos descubrieron que los mensajes no provenían de adolescentes con acceso escolar, sino de dispositivos asociados a… Kendra Licari.
Enfrentada por las autoridades, Kendra confesó parcialmente. Dijo sentirse “estresada” y “sobrepasada”, habló de problemas económicos, pero nunca explicó del todo por qué había iniciado esta cruel campaña. Lo que sí admitió fue que los mensajes eran suyos. Todos.
Un diagnóstico, una sentencia, una familia rota
En marzo de 2023, Licari se declaró culpable de dos cargos de acoso a menores. En abril fue condenada a una pena de entre 19 meses y 5 años de prisión. Durante la audiencia, rompió en llanto y pidió perdón. Afirmó sentirse “avergonzada y arrepentida”.
Su abogado presentó un informe psiquiátrico que alegaba que la mujer sufría un trastorno mental. Algunos especialistas incluso sugirieron que su caso tenía rasgos del “síndrome de Munchausen por Internet”, una patología en la que una persona crea situaciones de sufrimiento —propio o de terceros— para atraer atención o compasión.
Kendra perdió la custodia de su hija. Ashley fue a vivir con su padre, lejos del escándalo mediático. Terminó la secundaria en modalidad online, y aunque volvió brevemente a Beal City, nunca pudo reintegrarse del todo. Algunos compañeros la miraban con desconfianza. Otros le preguntaban si “sabía la verdad desde el principio”. Ella lo negó. Aún hoy, muchos no le creen.
¿Dónde está ahora Kendra Licari?
Según los registros del Departamento de Correcciones de Michigan, Licari cumplió parte de su condena en la prisión Women’s Huron Valley. Cumplió la sentencia mínima de 19 meses, y obtuvo su libertad condicional el 8 de agosto de 2024, bajo supervisión.
Lifetime adaptó el caso en su película Mommy Meanest, con Lisa Rinna en el papel principal. Netflix prepara un documental con entrevistas exclusivas, incluidas conversaciones con Ashley, su padre y expertos en salud mental y ciberacoso. Beal City, esa pequeña comunidad de corazón agrícola, aprendió por las malas que los monstruos, a veces, viven bajo el mismo techo.
