Con Sinners, Ryan Coogler entrega su obra más ambiciosa y arriesgada hasta la fecha: un western gótico disfrazado de película de vampiros, que en realidad es una profunda meditación sobre el dolor, el legado cultural y la eterna lucha entre fe, identidad y poder.

Ambientada en un Mississippi opresivo, la historia sigue a Smoke y Stack (Michael B. Jordan), gemelos que regresan de Chicago para abrir un club de música negra. Lo que empieza como un drama sureño cargado de historia y tensiones sociales, pronto se transforma en una batalla sobrenatural cuando vampiros blancos —metáforas vivas del colonialismo— amenazan con devorar no solo cuerpos, sino cultura, memoria y comunidad.
Un inicio denso que siembra raíces profundas
Hay que advertirlo: Sinners se toma su tiempo. Durante la primera hora, la película desarrolla minuciosamente su mundo: introduce a decenas de personajes, explora la dinámica familiar, la importancia de la iglesia, la música, el dolor histórico… Para espectadores esperando acción rápida o terror inmediato, esta construcción puede sentirse lenta y hasta abrumadora.
Pero esa acumulación de detalles no es gratuita. Coogler siembra capas emocionales, simbólicas y políticas que luego harán que cada enfrentamiento, cada traición, cada acto de amor y resistencia, golpee mucho más fuerte. Cuando la violencia estalla, no es solo sangre: es historia, es dolor, es liberación.