Serena Williams sorprendió al confesar que perdió 14 kilos gracias a un tratamiento con GLP-1, fármacos como Ozempic o Zepbound, creados originalmente para la diabetes pero hoy convertidos en el producto estrella de Hollywood y Silicon Valley.

La extenista asegura que no fue una decisión ligera: entrenaba duro, comía sano y aún así no lograba bajar de cierto peso. Pero sus palabras levantan un debate inevitable: ¿hasta qué punto estas sustancias son una ayuda legítima y cuándo empiezan a ser un atajo respaldado por millones en marketing?

Williams, ahora embajadora de la empresa de salud Ro (de la que su marido Alexis Ohanian es socio), defiende su elección como una decisión informada. Sin embargo, los críticos señalan el conflicto de intereses : ¿se trata de un testimonio honesto o de una campaña para normalizar el uso de medicamentos con efectos secundarios poco discutidos?

El aumento de estos fármacos también plantea un riesgo social: la medicalización del cuerpo como estándar de belleza. Si incluso atletas de élite, con acceso a entrenadores, nutricionistas y recursos ilimitados, recurren a inyecciones semanales, ¿qué mensaje queda para el resto de la población?

¿Es un avance en salud pública o un nuevo modelo de consumo que convierte la lucha con el peso en un negocio multimillonario?

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