Durante años fue sinónimo de naturaleza salvaje, denuncia cruda y pasión por los animales. Pero este 13 de mayo, Frank Cuesta —el popular “Frank de la Jungla”— apareció frente a una cámara con el rostro apagado y la voz lejana. En poco más de tres minutos, desmanteló su propio personaje: “He sido un personaje. Y poco a poco se me ha ido de las manos”.

“No tengo cáncer. Lo que tengo es una mielodisplasia. No soy veterinario ni herpetólogo. Los animales del santuario fueron comprados. Nunca he rescatado uno. Todo fue parte de un espectáculo”.
Pero algo no cerraba. La confesión parecía más un acto forzado que una catarsis real. Su lenguaje corporal era rígido, las frases sonaban leídas y el tono emocional era casi ausente. Para muchos, no hablaba el Frank de siempre. De hecho, quizás ni siquiera hablaba él.
¿Fue una confesión o una rendición?
En el vídeo, titulado “Disculpas a Chi y comunicado”, publicado en su canal de YouTube, Cuesta comienza pidiendo perdón a su excolaborador Chi, que le tenía amenazado con la filtración de audios comprometidos del personaje público.
Algunos creen que Cuesta cedió a la presión de Chi, quizás por desgaste emocional, quizás por proteger a su familia, quizás por miedo a un proceso legal que no podría enfrentar en su estado de salud.
Zape, el hijo de Frank, salió a hablar . Con un mensaje directo y lleno de dolor, se distanció de la versión oficial y dejó al descubierto la tensión que sufre la familia desde hace meses:
“Llevamos dos meses bajo acoso. Me da pena tener que ver a mi padre forzado a leer un guion. Yo sí he visto su enfermedad. Yo sí he visto cómo cuida a los animales.
Zape no sólo defendió la integridad de su padre: también sugirió que fue coaccionado. Y no lo hizo con rodeos, sino con un tono triste, casi desesperado. Las redes, que hasta ese momento se debatían entre la cancelación y la compasión, ahora hablan de chantaje, derrumbe emocional y desgaste familiar.

Detrás del mensaje viral hay una historia más turbia, más larga y más humana. Frank Cuesta arrastra años de conflictos: su exmujer Yuyee estuvo presa en Tailandia en un caso que él denunció como represalia política; Fue víctima de amenazas, censura, cancelaciones en redes, campañas de desprestigio y ahora, probablemente, un colapso psicológico sin precedentes.
¿Qué hay detrás de esta confesión pública? ¿El deseo de limpiar el nombre? ¿Protege a su familia? ¿Evitar una ruina económica? ¿O simplemente, la rendición de un hombre que ya no puede sostener más una identidad que se volvió demasiado pesada?
La frase final del vídeo —“asumo mi responsabilidad de haber engañado a todos”— suena menos a redención que a claudicación. El juicio ahora no lo dicta un tribunal, sino las redes. Y como ocurre con tantas figuras que construyen una narrativa de autenticidad total, cuando se cae el mito, no queda el perdón, sino el desconcierto.
Lo que sí queda claro es que el personaje se lo comió. Y lo que está en juego no es solo su reputación, sino su salud, su familia y la confianza que millones de personas depositaron en él.