La legendaria marca francesa Perrier, sinónimo durante más de un siglo de sofisticación y pureza, enfrenta hoy uno de los escándalos más delicados de su historia. Un informe del Senado francés acusa a su empresa matriz, Nestlé Waters, de alterar durante años el agua comercializada como “mineral natural” mediante procesos de filtración prohibidos, con el aparente aval de funcionarios del gobierno francés.

Lo que parecía ser un tema técnico sobre regulaciones sanitarias y etiquetado ha escalado rápidamente a una crisis política y de credibilidad. El Senado denuncia que hubo encubrimiento deliberado por parte de altos funcionarios estatales, señalando incluso vínculos directos con la oficina del presidente Emmanuel Macron.
Según las normativas francesas y de la Unión Europea, el agua mineral natural debe ser embotellada tal como surge del manantial, sin procesos que modifiquen su composición. Sin embargo, la investigación revela que Nestlé habría utilizado filtros, luz ultravioleta y otros métodos industriales para tratar el agua proveniente de sus pozos en el sur de Francia, incluida la famosa fuente de Vergèze, origen histórico de Perrier.

Lejos de corregir estas prácticas, la compañía habría presionado al Ministerio de Industria para conservar la denominación de “natural”, incluso luego de que se detectaran bacterias fecales y residuos de pesticidas cancerígenos en algunos lotes de producción.
El informe del Senado señala que funcionarios del gobierno estaban al tanto del engaño desde al menos 2021. El senador socialista Alexandre Ouizille, encargado de la investigación, aseguró que se trata de un “caso ejemplar de captura regulatoria”, donde el interés económico de una multinacional prevaleció sobre la salud pública y la transparencia.
“Nestlé operó como si estuviera por encima de la ley”, denunció la activista Ingrid Kragl, fundadora de Foodwatch France, ONG que lleva años litigando contra la empresa por publicidad engañosa.
La respuesta del gobierno ha sido, hasta ahora, ambigua. Mientras el presidente Macron negó cualquier tipo de acuerdo con Nestlé, su oficina evitó comentar el informe. La primera ministra Élisabeth Borne tampoco se ha pronunciado públicamente, a pesar de la presión creciente de la opinión pública.
Nestlé no negó directamente las acusaciones, pero sí defendió sus métodos en nombre de la seguridad alimentaria. Aun así, el daño a su imagen es considerable. Según estimaciones del Senado, la empresa habría obtenido más de 3.000 millones de euros vendiendo agua tratada como si fuera puramente natural.
“Se vendió un ideal: el del agua virgen, protegida por la naturaleza. Pero esa promesa se desmorona frente a la evidencia”, afirmó el climatólogo Peter Gleick, quien sostiene que el caso de Perrier ilustra un problema global: la progresiva contaminación de las aguas subterráneas por actividades humanas y el cambio climático.
El propio CEO de Nestlé, Laurent Freixe, declaró en febrero que la noción de agua 100% natural es “una idea romántica que ya no resiste la realidad actual”. Una frase que muchos consideran reveladora del cinismo corporativo: mientras defendían públicamente la pureza del producto, internamente sabían que era imposible mantenerla sin intervención tecnológica.
La gran incógnita ahora es jurídica: ¿habrá consecuencias penales para los responsables? ¿Se ordenará el retiro de productos o el cambio en el etiquetado? ¿Podría incluso cerrarse la producción en Vergèze, como recomiendan algunos expertos sanitarios?
En un país como Francia, donde el agua mineral forma parte del orgullo nacional y de una identidad gastronómica refinada, el escándalo toca fibras profundas. Para millones de consumidores alrededor del mundo, Perrier ya no es símbolo de pureza, sino de desilusión.
Y mientras la justicia evalúa los próximos pasos, una cosa parece clara: el agua puede ser transparente, pero los negocios detrás de ella, no siempre lo son.