La tercera entrega de la antología Monster llega con una promesa difícil: profundizar en la mente del asesino y ladrón de tumbas Ed Gein, uno de los criminales más perturbadores del siglo XX. Sin embargo, lo que comienza como una exploración psicológica termina siendo una obra atrapada entre la provocación y la explotación.

Producida por Ryan Murphy, la serie más que un estudio del monstruo parece un estudio de la obsesión del propio Murphy con el morbo. El creador de Dahmer y American Horror Story vuelve a un terreno familiar: el de la perversión, la represión sexual y la culpa materna, pero esta vez con menos contención y más complacencia visual.
Desde el primer episodio, The Ed Gein Story despliega una puesta en escena lúgubre, fría y estéticamente impecable. Pero bajo esa superficie, lo que se desarrolla es una sucesión de escenas diseñadas para impactar más que para comprender. Charlie Hunnam interpreta a Gein con una mezcla inquietante de fragilidad y fetichismo, aunque el guion rara vez le da espacio para algo más que el horror performativo.
La serie insinúa querer decir algo sobre la cultura que fabrica monstruos la América rural, la represión sexual, la religión sofocante pero termina cayendo en la trampa que critica: consumir el crimen como espectáculo. En lugar de ofrecer contexto, la cámara se recrea en la deformidad y la violencia.
Murphy y su equipo parecen debatirse entre dos pulsiones: hacer una reflexión sobre el sensacionalismo o ser parte de él. El resultado es un híbrido incómodo: demasiado crudo para ser un drama serio, demasiado solemne para ser simplemente horror. En ese punto intermedio, la serie pierde su centro moral y emocional.
A diferencia de Dahmer, que al menos intentaba devolver el foco a las víctimas, The Ed Gein Story se desvive por construir un mito en torno a su protagonista. Lo humaniza, sí, pero también lo estiliza. Cada plano es una postal de pesadilla cuidadosamente diseñada, y cada diálogo parece subrayar la idea de que lo terrible puede ser “bello” si se filma con suficiente elegancia.
Al final, el mensaje es tan ambiguo como inquietante: ¿quién es realmente el monstruo, Gein o quienes siguen fascinados por él? Monster no ofrece respuesta y quizás ese sea su mayor problema. Entre el arte y la explotación, entre la empatía y el morbo, la serie termina reflejando algo más profundo que su tema: nuestra propia fascinación cultural por el horror.