Las reglas de la telerrealidad cambiaron, y lo hicieron desde los suburbios de Utah. Drama, dioses y dólares: Las vidas secretas de las esposas mormonas, la serie documental de Hulu protagonizada por influencers del universo MomTok, no solo desnudó dramas familiares, triángulos amorosos y pactos rotos, sino que también desmontó una maquinaria narrativa perfeccionista basada en la ilusión. Aquí, la realidad no se edita con filtros: se negocia frente a cámara.

Lo que diferencia a este show de tantos otros realities es su disposición radical a romper la cuarta pared. Las protagonistas interpelan al espectador, discuten cláusulas contractuales en tiempo real, reclaman aumentos salariales y exigen, al aire, un nuevo rol en la jerarquía mediática que construyen. Demi Engemann, una de las figuras centrales, no duda en declarar que merece cobrar más “porque es quien aporta el drama necesario”. Jessi Ngatikaura, por su parte, relata cómo la exposición la llevó a un tratamiento terapéutico semanal financiado por la producción. La vulnerabilidad, lejos de ocultarse, se convierte en capital emocional y activo narrativo.

El show no solo expone conflictos personales; revela cómo se construyen, producen y rentabilizan. Lo que en otras producciones sería considerado “errores de edición” o “momentos incómodos” —discusiones con los productores, cambios de guion, estrategias para ganar pantalla— aquí son parte del contenido. El público ya no es testigo ingenuo; se convierte en cómplice informado.

La estructura narrativa de Las vidas secretas… es un manifiesto contra la telerrealidad tradicional. Jeff Jenkins, productor ejecutivo del show y veterano de éxitos como Keeping Up with the Kardashians, lo explica sin rodeos: “El público es sofisticado. Si algo es falso, lo nota. Por eso decidimos dejar que todo se vea, incluso las peleas por dinero”.

Esta sinceridad —calculada o no— ha convertido al programa en fenómeno viral. El subreddit oficial supera los 100.000 miembros activos que diseccionan cada episodio como si se tratara de una serie de HBO. En X (Twitter), influencers y críticos coinciden en una idea: este show es “lo más meta que hemos visto en televisión real”. La comparación con The Truman Show ya no parece exagerada, sino inevitable.

Al mismo tiempo, la serie invita a una reflexión más amplia: ¿qué significa exponer la intimidad como oficio? ¿Dónde termina la autenticidad y comienza la performance de lo auténtico? ¿Es posible habitar las redes sociales y los realities sin asumir una cuota de espectáculo?

En un ecosistema mediático saturado de ficciones que simulan lo real, este programa apuesta por mostrar cómo se fabrica esa simulación. Y en ese gesto, paradójicamente, logra algo más verdadero que muchas biopics o documentales: revelar que la verdad también puede ser un guion negociado.


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