En el corazón del noreste de Angola, en una región de selvas antiguas y aldeas empobrecidas por décadas de guerra civil, ha brotado una inesperada comunidad: una colonia de familias menonitas que emigraron desde México, atraídas por una promesa poco común: tierra fértil, diamantes ocultos y una nueva oportunidad de existencia lejos de las tensiones ambientales y legales que enfrentan en América.

Lo que comenzó como un experimento agrícola, respaldado por un acuerdo con una empresa minera, ha encendido tantas esperanzas como alarmas entre los pobladores locales. Para algunos, los recién llegados son laboriosos pioneros. Para otros, representan un eco preocupante de un pasado colonial aún no superado.

Aproximadamente 60 menonitas de la Antigua Colonia —una rama conservadora de la secta cristiana anabautista— partieron de México en 2024 rumbo a Angola, estableciéndose en una zona rural de Lunda Norte. Su objetivo: fundar “Campos de Esperanza”, un asentamiento agrícola sobre 800 hectáreas desbrozadas, muchas de las cuales eran antiguas tierras de caza para las comunidades chokwe locales.
Este traslado no fue casual. En México, las menonitas han sido objeto de crecientes críticas por su impacto ambiental: deforestación extensiva, uso de agroquímicos como el polémico herbicida Roundup, y conflictos con apicultores y ecologistas. Ante la sensación de cerco, y con familias en constante crecimiento, buscaron un horizonte sin restricciones ni juicios.

La idea de migrar surgió tras un encuentro entre líderes menonitas y una delegación angoleña en un evento agrícola en la Ciudad de México en 2019. Con el respaldo de la empresa minera Minas Gema Angola , y la mediación de un general retirado, lograron establecer una asociación inusual: cultivo a cambio de acceso haber prolongado a tierras potencialmente diamantes.
El acuerdo establece que, si las menonitas encuentran diamantes, deben notificarlos a Minas Gema para discutir su venta. A cambio, los agricultores ayudan a legitimar las concesiones mineras bajo un programa gubernamental que premia las inversiones agrícolas con permisos más extensos.
“Nos veo como un dúo”, dice Jacob Froese, uno de los líderes menonitas. “Angola necesita cultivo, y nosotros necesitamos tierra”.
Pero en Cambanze, la aldea más cercana, esta “colaboración” despierta más dudas que alivios. Charlotte Itala, trabajadora local, gana apenas $2,50 por siete horas de trabajo en los campos menonitas. Para ella, la compensación económica no justifica la pérdida de sus tierras de caza, base de subsistencia ancestral de su comunidad.
“Estamos preocupados por nuestro futuro”, dice Itala. “Si nos quitan la tierra, ¿qué vamos a comer?”
Para los angoleños, el término “colonia” evoca heridas aún abiertas: siglos de saqueo bajo dominio portugués, extracción de recursos y esclavitud. Aunque los menonitas evitan esa palabra, el patrón se parece: forasteros que llegan con infraestructura, tecnología y protección empresarial, en medio de comunidades rurales sin voz ni poder.
La promesa de los menonitas es altruista: enseñarán a los angoleños técnicas agrícolas modernas y reservarán parcelas para las aldeas vecinas. Pero la relación es asimétrica. La infraestructura —tractores traídos desde México, contenedores marítimos usados como viviendas, conocimientos técnicos— está del lado extranjero. Los locales, en cambio, aportan mano de obra barata y resignación.
Fe, pérdida y resiliencia
El primer intento de asentamiento, en 2023, terminó en desastre. Llegaron con visas de turista, se enfermaron de malaria, y una niña de ocho años, Lucy Harder, murió. Su madre, Berta, dice que regresaron porque sentían que debían “estar cerca de Lucy”. El asentamiento de hoy es también una forma de duelo colectivo.
Los menonitas de Angola son menos radicales que otros de su fe. Usan tecnología agrícola, hablan español, inglés y ahora están aprendiendo portugués. Escuchan mariachis los domingos y cocinan tortillas. Pero ciertos límites son infranqueables: “Internet es maligno”, afirma Abraham Froese Zacharias, cerrando el paso a cualquier posibilidad de conectividad digital.
Pese a compartir fuentes de agua y paisajes, los menonitas no buscan integrar a los angoleños en su comunidad. No habrá conversiones ni matrimonios mixtos. Esperan, más bien, que lleguen menonitas de Bolivia y Paraguay para consolidar su colonia.
“Si no vienen los bolivianos, vamos a llorar”, dice Juan Harder. “¿Con quién se van a casar nuestros hijos?”
Mientras tanto, Tiago Sumixi, esposo de Charlotte Itala y descendiente de cazadores chokwe, observa la expansión agrícola y la mina de diamantes con una mezcla de impotencia y rabia: “Estamos paralizados. No tenemos adónde ir”.
Angola, rica en petróleo y diamantes pero marcada por una desigualdad persistente, ha buscado atraer inversión agrícola para reducir su dependencia de importaciones alimentarias. Pero el caso de Campos de Esperanza plantea preguntas incómodas: ¿es este realmente un modelo sostenible de desarrollo rural, o simplemente otro episodio de desposesión disfrazada de progreso?
Lo que está en juego no es solo el cultivo de maíz ni la posibilidad de encontrar piedras preciosas. Es el derecho de las comunidades locales a decidir sobre su tierra, su alimentación y su futuro. Y en esa tensión entre crecimiento y pertenencia, África vuelve a ser, una vez más, el tablero donde otros juegan su destino.
POR :https://www.nytimes.com/2025/06/15/world/africa/angola-mennonites-diamonds.html