En el vasto archivo de rumores, libros, documentales y filtraciones que rodean a la familia real británica, pocos nombres han generado tanta tinta —y clics— como el de Meghan Markle. Desde su entrada a la Casa Windsor, su figura ha oscilado entre la de heroína feminista y villana mediática. Esta vez, una anécdota rescatada por la biógrafa Katie Nicholl en su libro The New Royals promete reavivar las aguas: la única ocasión, aseguran, en la que la reina Isabel II debió intervenir personalmente por el comportamiento de Meghan.

Todo habría ocurrido durante una prueba de menú para la boda de Meghan y el príncipe Harry en 2018. La duquesa, comprometida con una alimentación vegana y macrobiótica, habría detectado sabor a huevo en un plato que no debía tenerlo. La reacción, según el relato, fue una reprimenda al personal de cocina tan intensa que terminó escalando hasta oídos de la monarca.

“De pronto, la reina entró y le dijo: ‘Meghan, en esta familia no hablamos así con las personas’”, cita Nicholl a una fuente anónima. La frase —sencilla pero contundente— se presenta como un ejemplo de la firmeza diplomática que caracterizó el largo reinado de Isabel II.

No es la primera vez que se habla del carácter exigente de Meghan puertas adentro. El periodista Tom Quinn recuerda que ya en aquellos años era apodada por algunos miembros del personal como la Duchess of Difficult (“La duquesa difícil”). ¿Motivo? Una supuesta actitud oscilante: demasiado amistosa en un momento, y exigente o impaciente al siguiente. Según una fuente del palacio, la ex actriz “no estaba acostumbrada a la estructura medieval del sistema real”.

También se la habría apodado Mystic Meg por sus ideas “new age” y por ser “demasiado woke” para algunos integrantes del entorno real.

El incidente con la reina es pequeño en escala pero revelador. Muestra el enfrentamiento simbólico entre dos mundos: el de una mujer estadounidense, profesional y activista, que espera eficiencia y autenticidad emocional, frente a una institución que valora el protocolo, la jerarquía y la discreción sobre todas las cosas.

“Meghan no era malintencionada”, afirma una fuente citada en el artículo. “Pero no entendía que, en la realeza, hasta pedir un vaso de agua es un acto político”.

Este nuevo capítulo se suma a la extensa saga de tensiones entre Meghan y otros miembros de la familia, incluida Kate Middleton. La famosa historia de la “llamada de atención” que habría hecho llorar a Kate ha sido relativizada por asistentes reales, quienes aseguran que fue “una tormenta en una taza de té”, amplificada por la prensa y otros resentimientos internos.

Mientras algunos medios insisten en encasillar a Meghan como una figura conflictiva, este tipo de relatos también permite leer en clave más profunda el choque entre lo nuevo y lo viejo, lo emocional y lo institucional, lo espontáneo y lo ceremonial.

La reina, como toda monarca astuta, entendía que a veces una frase breve puede valer más que una discusión. Quizás por eso su supuesta intervención sigue resonando como un eco de una era que ya no está, pero que se resiste a desaparecer.

Comparte si te ha gustado

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Previous post El juicio a Sean Combs se intensifica: testigos describen abuso, control y violencia
Next post Bangkok: liberó dos serpientes gigantes en su edificio como protesta contra los ruidos molestos