La vida de Jasveen Sangha, apodada “la reina de la ketamina”, nos revela una fascinante y perturbadora historia sobre cómo el lujo y el crimen pueden coexistir en el oscuro mundo del tráfico de drogas. Esta mujer de 41 años, británica-estadounidense, no solo llevaba una vida de ostentación en Los Ángeles, sino que también dirigía un negocio de estupefacientes que incluía metanfetamina, hongos mágicos y, especialmente, ketamina.

Sangha vivía en una elegante residencia de alquiler en North Hollywood, con un estilo de vida caracterizado por viajes a destinos exclusivos como México, Italia, y Dubái, y la posesión de autos de lujo como BMW y Range Rover. Su rutina incluía tratamientos estéticos frecuentes y una vida social activa, que contrastaba fuertemente con las actividades ilegales que mantenía en secreto.

La conexión de Sangha con la trágica muerte del actor Matthew Perry ha puesto su vida en el centro de atención. Perry falleció debido a efectos agudos de ketamina, una sustancia que, según la investigación, fue suministrada por Sangha a través de una red de traficantes. La muerte del actor no solo destaca el impacto letal de la ketamina, sino también la pregunta inquietante sobre la responsabilidad en el tráfico de estas drogas.

A pesar de las graves acusaciones y el inminente arresto, Sangha mantuvo una actitud despreocupada. Continuó asistiendo a eventos y disfrutando de su estilo de vida hasta que fue finalmente detenida. Este contraste entre su comportamiento aparentemente sin preocupaciones y la gravedad de los cargos resalta una pregunta crucial: ¿Hasta qué punto son conscientes los traficantes del daño que causan, o simplemente operan en una burbuja de impunidad?

Actualmente enfrentando 18 cargos, incluyendo conspiración para distribuir ketamina y falsificación de documentos, Sangha está bajo un intenso escrutinio. Los fiscales han solicitado que no se le conceda la libertad bajo fianza, dado su potencial para evadir la justicia.