La nueva versión live-action del clásico de Disney llegó a los cines envuelta en nostalgia, con una estética más realista y un Stitch digital que no deja de generar debate. La historia sigue siendo esencialmente la misma: Lilo, una niña hawaiana solitaria, encuentra un extraño ser galáctico con quien forma una conexión única que redefine el concepto de familia.

Pero en su intento por actualizarse, la película parece haber olvidado lo que hizo especial al film de 2002. La calidez, la pausa emocional, los silencios que hablaban por sí solos… todo eso queda enterrado bajo un ritmo acelerado, música constante y un cierre cargado de efectos que parece más una película de acción que un cuento íntimo.

Aún así, funciona . Porque Stitch sigue siendo Stitch. Porque Lilo sigue siendo esa niña que se siente diferente y necesita ser entendida. Y porque, por más cambios, la esencia de “ohana” —familia, nadie se queda atrás— sigue tocando el corazón de quienes crecieron con esta historia.
¿Lo mejor? El público la abrazó. En solo un fin de semana superó la taquilla de la original, con 341 millones de dólares recaudados. Y con el apoyo internacional, ya se perfila como uno de los remakes más exitosos de Disney.
Puede no ser perfecto… pero es imposible no quererla un poco.