La franquicia jurásica, alguna vez sinónimo de asombro cinematográfico y aventuras cargadas de tensión prehistórica, parece haberse convertido en víctima de su propio exceso. Jurassic World: Renace, la séptima entrega de la saga y el primer intento serio de reinicio desde Dominio (2022), llega a la pantalla con grandes ambiciones pero escasa claridad sobre su propósito. Es una superproducción técnicamente correcta, visualmente impecable, pero emocionalmente vacía.

Lo que alguna vez fue una franquicia que inspiraba admiración con la sola aparición de un braquiosaurio elevando el cuello entre los árboles, hoy parece resignada a tratar a los dinosaurios como obstáculos de tránsito. La película abre con una escena emblemática: un dinosaurio de cuello largo bloquea el puente de Brooklyn, generando más bocinazos que asombro. Esta trivialización de lo extraordinario —el dinosaurio ya no como criatura mítica, sino como molestia urbana— es quizás la mejor metáfora del estado actual de la saga.

En Renace, los eventos se sitúan algún tiempo después de Dominio. Los dinosaurios se han vuelto omnipresentes y, en consecuencia, aburridos para la humanidad. Nadie se detiene a observarlos. Nadie los teme demasiado. Ya no hay ese silencio reverente que alguna vez impuso el T. rex saliendo entre los árboles. Y la película tampoco hace mucho por recuperarlo.

El nuevo elenco parece prometer una renovación de energías: Scarlett Johansson interpreta a Zora, una operativa encubierta contratada para adentrarse en una zona restringida del ecuador donde los dinosaurios han sido confinados. Jonathan Bailey encarna al paleontólogo Henry Loomis, arrastrado a la misión por una mezcla de frustración profesional y tentación aventurera. Rupert Friend interpreta al empresario moralmente cuestionable que financia la expedición en busca de ADN para fabricar un costoso fármaco cardíaco. A ellos se suman Mahershala Ali y un grupo secundario encabezado por Luna Blaise, como parte de una familia perdida en el mar que funciona como hilo paralelo apenas conectado con la historia central.

El guion, a cargo de David Koepp (responsable de varios éxitos noventeros, pero también de recientes tropiezos como Indiana Jones y el dial del destino), tropieza al querer contar demasiadas cosas sin desarrollar casi ninguna. Las líneas argumentales se plantean con entusiasmo solo para ser abandonadas a mitad de camino. Las reflexiones sobre bioética y acceso a la salud como el dilema de si un fármaco que salva vidas debería ser privatizado apenas raspan la superficie del debate y no logran integrarse a la trama con naturalidad.

Lo más decepcionante, sin embargo, no es la confusión narrativa, sino la falta de magia. En un momento específico, los personajes se topan con una escena de dinosaurios en libertad que claramente está concebida para recuperar ese “instante Spielberg”, esa pausa reverencial frente a lo sublime. Pero los personajes apenas parecen conmovidos. Y si ellos no lo están, ¿por qué lo estaríamos nosotros? Si los dinosaurios ya forman parte del paisaje urbano si pueden encontrarse descansando bajo el puente de Brooklyn entonces su aparición pierde impacto, incluso en pantalla gigante.

Gareth Edwards, el director, ha demostrado en otras ocasiones que sabe combinar espectáculo y emoción (Godzilla, Rogue One), pero aquí parece limitado por un guion sin rumbo y por las exigencias de una franquicia que ya no recuerda por qué cautivaba. A pesar de algunos momentos visuales destacables y un ritmo aceptable, la película nunca logra transmitir una razón de ser más allá del capital simbólico que supone el nombre Jurassic en cartelera.

Paradójicamente, Jurassic World: Renace no fracasa del todo en taquilla: su primer fin de semana superó los 145 millones de dólares en EE.UU., señal de que el apetito por los dinosaurios sigue vivo. Pero esa supervivencia comercial contrasta con el agotamiento creativo que se percibe en cada plano. Ya no hay descubrimiento, no hay temor, no hay la más mínima huella de lo que hacía únicas a las primeras entregas.

Si la franquicia quiere seguir existiendo con algo más que nostalgia y merchandising, tendrá que reencontrarse con lo que alguna vez hizo que el público se quedara sin aliento ante la majestuosidad de un ser extinto. Tendrá que volver a creer y hacernos creer que hay algo mágico en ver un dinosaurio caminar sobre la Tierra. Mientras tanto, Jurassic World: Renace no hace honor a su título. Porque lo que renace aquí no es la maravilla… sino el tedio.

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