Es la primera ejecución en casi tres años, el gobierno japonés confirmó este viernes la muerte por ahorcamiento de Takahiro Shiraishi, conocido como el “asesino de Twitter”, un hombre que conmocionó al país por el brutal asesinato y desmembramiento de nueve personas en 2017, en su mayoría mujeres jóvenes con pensamientos suicidas.

La ejecución se llevó a cabo en el Centro de Detención de Tokio y fue anunciada horas después por el ministro de Justicia, Keisuke Suzuki, quien afirmó que se trató de un “caso especialmente desgarrador” y subrayó que la orden fue firmada tras “una cuidadosa y deliberada consideración”.

Durante el allanamiento de su apartamento en la ciudad de Zama, en las afueras de Tokio, la policía halló restos humanos repartidos en contenedores y refrigeradores portátiles: huesos, cabezas y cuerpos mutilados de nueve víctimas, de entre 15 y 26 años. La mayoría había dejado rastros de desesperación y pensamientos suicidas en redes sociales antes de ser contactadas por el asesino, que usaba un alias que puede traducirse como “el verdugo”.
Shiraishi se declaró culpable de todos los cargos, incluido homicidio, abuso sexual y profanación de cadáveres. Su defensa había intentado argumentar que contaba con consentimiento de las víctimas, pero el tribunal rechazó tajantemente esa noción.
A pesar de la gravedad del caso, la ejecución reavivó el eterno debate en Japón sobre la pena capital, una práctica aún vigente y aplicada con un nivel alto de secretismo. Las familias y abogados rara vez reciben aviso previo. En este caso, el padre de una de las víctimas expresó su pesar por no haber visto a Shiraishi “reflexionar toda su vida sobre lo que hizo”, en vez de morir sin enfrentarse al peso de su condena día a día.
El caso expuso, además, los peligros del uso de redes sociales como refugio para quienes atraviesan crisis emocionales profundas. Tras los crímenes, el gobierno japonés intensificó los esfuerzos para monitorear contenidos relacionados con el suicidio y expandió los recursos de salud mental.
Desde la perspectiva de la ley, el ciclo se ha cerrado. Pero desde lo humano, la historia del asesino de Twitter seguirá siendo una herida abierta que obliga a repensar los límites entre conexión digital y vulnerabilidad real.