Cuarenta años después de su desaparición, se confirma la identidad del joven hallado enterrado en una vivienda del barrio de Coghlan, en la ciudad de Buenos Aires. Se trata de Diego Olmos , un adolescente de 16 años que fue visto por última vez en julio de 1984, cuando salió de su casa rumbo a lo que dijo sería una visita a un amigo. Durante décadas, su caso quedó envuelto en el silencio y la frustración de una familia que nunca dejó de buscarlo.

El hallazgo se produjo el 20 de mayo de 2024 , cuando un grupo de obreros realizaba tareas de demolición en una casona ubicada en avenida Congreso 3748. Mientras retiraban una antigua medianera, la estructura colapsó y dejó al descubierto restos humanos en el terreno vecino, en el 3742. El dato que atrajo atención mediática fue que esa vivienda fue alquilada entre 2002 y 2003 por el músico Gustavo. Cerati y la artista Marina Olmi. Aunque el hecho no tiene relación directa con el músico, el vínculo ayudó a que el caso recobrara interés público.
La investigación quedó a cargo del fiscal Martín López Perrando y del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) . Los peritos hallaron 150 fragmentos óseos , junto a objetos personales que resultaron determinantes para la identificación: una suela de zapato, un llavero, un reloj Casio CA-90 con calculadora, un corbatín escolar azul gastado y una moneda japonesa de 5 yenes, usada entonces como amuleto.
El informe forense reveló que la víctima murió de una puñalada que impactó en la cuarta costilla derecha. También presentaba marcas de intento de desmembramiento con un serrucho, aunque los atacantes no lograron completar la tarea. El cuerpo había sido enterrado a solo 60 centímetros de profundidad, lo que indica apuro y descubierto en la ocultación del crimen.
Diego había salido de su casa el 26 de julio de ese año , luego de almorzar con su madre. Le pidió dinero para el colectivo y dijo que iba a visitar a un amigo. Nunca regresé. La última vez que lo vio con vida fue en la esquina de Naón y Monroe, en Belgrano, a pocas cuadras de su casa. Esa noche, sus padres acudieron a la Comisaría 39, pero los agentes se negaron a tomar la denuncia. “Se fue con una mina, ya va a volver” , fue la respuesta que, según contaron, los marcaron para siempre.

En los años siguientes, la familia repartió volantes, tocó puertas y buscó sin descanso. Solo consiguieron visibilidad en 1986, a través de una entrevista en la revista ¡Esto!, del diario Crónica. Allí, su padre, Juan Benigno , denunciaba la indiferencia policial: “Desde el primer momento lo caratularon como ‘fuga de hogar’. Yo protesté, pero me dijeron que los formularios ya estaban impresos así. ¿Qué van a investigar si ellos mismos suponen que mi hijo se fue?”
Juan Benigno murió sin saber qué le pasó a su hijo. Estaba convencido de que lo había secuestrado una secta. Su esposa, hoy anciana, recibió la noticia del hallazgo acompañada por sus otros dos hijos, quienes mantuvieron viva la búsqueda durante cuatro décadas. La habitación de Diego permaneció intacta todos esos años.
Aunque el crimen está prescripto, la Fiscalía intentará reconstruir los hechos. Las primeras medidas incluyen citar a los dueños de la propiedad en 1984: una mujer de avanzada edad y sus dos hijos, de apellido Graf . Se espera que puedan aportar información sobre quiénes vivían allí o frecuentaban la casa al momento de la desaparición.
Después de 40 años, la historia de Diego ya no es solo un retrato colgado en una pared. Tiene cuerpo, nombre y verdad. Pero lo cierto es que nadie parece demasiado apurado en dejar que eso incomode . La justicia llega tarde, sí. Pero llega con pruebas.