Las calles de Shanghái, que el año pasado vibraron con la creatividad de los ciudadanos que se disfrazaron para burlarse de los confinamientos por COVID-19 y otros problemas sociales, ahora están custodiadas por un despliegue policial considerable. La estrategia de control incluye la instalación de barricadas y la presencia de agentes en lugares clave para evitar cualquier tipo de aglomeración que pudiera interpretarse como una manifestación no autorizada.

La respuesta oficial a la festividad es clara: la diversión pública está en la mira. A pesar de que el año anterior se elogió a Halloween como un símbolo de “tolerancia cultural”, este año se considera una amenaza. Las autoridades han prohibido explícitamente cualquier celebración, instruyendo a restaurantes y bares para que no anuncien eventos de Halloween, bajo el pretexto de controlar multitudes.
La represión de las celebraciones no se limita a Shanghái. Otras ciudades, como Hangzhou y Pekín, también han visto una cancelación masiva de eventos, con la policía interviniendo para desmantelar cualquier tipo de actividad relacionada con Halloween. La advertencia es clara: cualquier forma de expresión que pudiera interpretarse como crítica al régimen no será tolerada.
Los organizadores de eventos temáticos han tenido que adaptarse. Aunque algunas fiestas aún se llevan a cabo en parques de atracciones como Disneylandia de Shanghái, los organizadores han tenido que extremar las precauciones, asegurando que los decorados sean sutiles y no provocativos. Carteles con mensajes de advertencia sobre cómo comportarse y vestirse han comenzado a aparecer en diversos lugares, enfatizando la necesidad de mantener un perfil bajo.