El fenómeno global de El Juego del Calamar vuelve a la pantalla con su tercera temporada, que según Netflix, será la última. Sin embargo, en un servicio que rara vez cierra, esta promesa suena más a una declaración aspiracional que definitiva.

Lee Jung-jae retoma su papel como Gi-hun, el protagonista marcado por la culpa y una determinación que se siente cada vez más agotada. Su cruzada para detener el despiadado juego desde dentro se vuelve menos heroica y más desgastada, como un corredor que no encuentra la meta pese a sus esfuerzos. Su conflicto interno, antes conmovedor, hoy parece mantenerse por la inercia de la trama.
Los juegos, con su mezcla característica de violencia extrema y estética colorida y absurda, continúan siendo el centro visual y dramático, pero la frescura se ha esfumado. Lo que una vez se sorprendió por su originalidad ahora se siente como una fórmula repetida, donde las muertes creativas y los giros argumentales parecen obligados y previsibles. La serie parece apoyarse demasiado en el impacto visual y menos en la innovación narrativa.
Los enigmáticos VIP que controlan el juego, símbolos de una élite decadente, ahora se presentan como caricaturas que más distraen que generan inquietud o crítica efectiva. El subtrama del detective Jun-ho, que antes prometía desvelar misterios, avanza sin rumbo claro, dejando una sensación de inconclusión.
La crítica al sistema capitalista late en el fondo, pero pierde fuerza, transformándose en un mero decorado sin capacidad para incomodar o provocar una reflexión profunda. La carga moral que sostiene a Gi-hun y que fue el alma emocional de la historia, se diluye en una actuación que transmite más rutina que pasión.
El diseño de esta temporada parece cerrar un ciclo, pero con la cautela de dejar la puerta abierta a futuras entregas. Netflix mantiene así el control sobre su gallina de los huevos de oro, asegurándose la posibilidad de extender la franquicia.
En resumen, esta tercera temporada cumple como entretenimiento visual y mantiene un ritmo que no decae, pero le falta la chispa que alguna vez subió la serie.La primera temporada sigue siendo, por mucho, la mejor y la más impactante, mientras que esta última entrega se siente como un epílogo que invita a pensar que el juego, en realidad, no termina nunca.