La idea de cultivar plantas en el espacio ha pasado de ser un experimento científico a un ambicioso proyecto de diseño con objetivos estéticos, psicológicos y ecológicos. Una colaboración entre el reconocido estudio británico Heatherwick Studio y el Instituto Aurelia —una organización sin fines de lucro especializada en arquitectura espacial— busca enviar un jardín repleto de vida vegetal a la órbita baja terrestre en los próximos cinco a siete años.
Presentado recientemente en la Bienal de Venecia, el proyecto “Jardín Espacial” (Space Garden) propone un diseño futurista que parece una mezcla entre una piña y una cápsula de arte moderno. En su núcleo se encuentran terrarios cónicos con especies vegetales, de los cuales emergen más de veinte brazos curvos que se abren como pétalos para permitir el ingreso de luz solar. Estos apéndices se retraen para proteger las plantas, creando un entorno controlado que imita el ciclo día-noche terrestre.
El proyecto es mucho más que una obra artística. Se apoya en décadas de investigación científica sobre la resistencia de las plantas en ambientes extremos. Desde los primeros cultivos de cebollas a bordo de la estación soviética Salyut 1 en los años 70, hasta semillas de rábanos y coliflor expuestas al vacío del espacio en experimentos recientes, la agricultura espacial ha avanzado significativamente.
“Las plantas no serán la limitación en nuestra exploración del espacio; somos nosotros”, afirma Mike Dixon, investigador de la Universidad de Guelph (Canadá), que ha enviado millones de semillas al espacio. Según él, muchas especies muestran una sorprendente capacidad de adaptación a las condiciones espaciales, como la radiación cósmica, la baja gravedad o las temperaturas extremas.
Además de su valor científico, el Jardín Espacial busca mejorar la salud mental de los futuros astronautas. “La gente viajará al espacio para trabajar, y agradecerán tener algo de vegetación al llegar”, señala Ariel Ekblaw, directora del Instituto Aurelia. En lugar de limitarse a cultivos funcionales como lechuga o berros, el proyecto apuesta por especies con valor estético y simbólico, como higueras o granados, que reconecten a los humanos con la Tierra.
El diseño fue concebido para inspirar al público general y fomentar un futuro donde los vuelos espaciales sean más accesibles. Para ello, los costos de lanzamiento deben reducirse drásticamente —actualmente miles de dólares por kilo— a niveles similares al envío de paquetes comerciales.
¿Ficción o futuro cercano?
Aunque la estructura exhibida es solo una maqueta, sus creadores buscan financiación para desarrollar un prototipo funcional. Inicialmente no estaría habitado, pero serviría para estudiar el crecimiento de plantas en microgravedad y compartir datos abiertos con investigadores de todo el mundo.
Mientras algunos expertos dudan de la viabilidad de jardines a gran escala en el espacio a corto plazo, otros destacan su impacto psicológico y cultural. “Creo que debería ser hermoso y estar vinculado a la naturaleza”, comenta Alistair Griffiths, de la Royal Horticultural Society del Reino Unido.