En una sala federal de Nueva York con aroma a tensión y legalismo, el jurado del juicio a Sean “Diddy” Combs hizo lo que hacen los jurados cuando la moral choca con la celebridad y las leyes se enredan con la farándula: llegaron a un veredicto parcial. Es decir, más o menos. Cuatro de cinco cargos sí, pero el más importante conspiración de crimen organizado bajo la temida ley RICO quedó en el limbo. Y ahí, con él, flota el destino judicial del magnate de 55 años que alguna vez se vendió como productor, rapero y showman, y hoy se defiende como si fuera un líder de cártel con gustos finos y hábitos sórdidos.

El juez Arun Subramanian, cuya paciencia parecía más blindada que las joyas de Combs, dijo que aún era “demasiado pronto” para rendirse. Traducción: deliberad hasta que alguien ceda o el sistema colapse. Mientras tanto, el jurado doce almas atrapadas entre las orgías con drogas, videos de seguridad y noches de hotel renombradas como “freak-offs” pidió revisar el testimonio de Cassie, la exnovia que ya no necesita apellido para ser icono judicial.

Cassie Ventura, que antes era solo la cantante que bailaba detrás del beat de Combs, ahora es la pieza clave de una narrativa legal sobre abuso, control, chantaje sexual y violencia. Su testimonio incluyó todo: desde una paliza grabada en video en un hotel de Los Ángeles, hasta amenazas con difundir videos sexuales tras ser echada del yate de Combs en Cannes. Glamour + terror. Hollywood + La Ley y el Orden. El siglo XXI en un solo caso.

El testimonio del stripper Daniel Phillip, quien declaró haber recibido a una Cassie “temblorosa y aterrorizada” después de una supuesta golpiza, fue otro golpe narrativo. Según Phillip, cuando le preguntó por qué seguía con Diddy, ella contestó: “Estoy bien. Estaré bien”. La frase duele más que cualquier rap de denuncia social. Es el mantra de muchas mujeres atrapadas en relaciones violentas. Pero en la boca de una testigo en pleno juicio federal, se vuelve evidencia emocional.

El cargo de conspiración bajo la ley RICO es, como siempre, la joya de la corona para los fiscales. Es difícil de probar, sí, pero cuando se logra, convierte cualquier drama humano en una serie de Netflix con 30 años de prisión como desenlace. Requiere probar que el acusado dirigía una “empresa criminal” y cometía múltiples delitos como secuestro, tráfico de drogas o incendio (sí, incendio, porque este caso lo tiene todo).

Pero aquí el jurado se quebró. La nota enviada a las 4:05 p. m. lo dejó claro: “opiniones inamovibles” de ambos lados. Un jurado partido entre la cultura de la cancelación y la duda razonable. Entre ver a Combs como un monstruo o como un libertino malinterpretado. Entre lo ilegal y lo asqueroso, que no siempre son lo mismo.

La fiscal Maurene Comey propuso una instrucción Allen, una herramienta de presión elegante que, en el fondo, dice: “Sigan deliberando hasta que dejen de resistirse”. Mientras tanto, el abogado defensor Marc Agnifilo se movía entre papeles y susurros como quien sabe que está ganando una batalla moral, aunque el juicio aún no haya terminado.

La defensa, por su parte, no negó la violencia. Solo pidió contexto. Dijo que esto no es crimen federal, sino un “estilo de vida swinger” elevado al rango de escándalo por fiscales puritanos. Diddy no testificó. Prefirió el silencio antes que el show. Quizá porque sabía que, en este juicio, cada palabra suya podría sonar como un estribillo de su propia caída.

Combs podría enfrentar entre 15 años y cadena perpetua si el jurado logra finalmente un veredicto unánime sobre el cargo de crimen organizado. Pero mientras tanto, la opinión pública ya lo condenó en TikTok, lo absolvió en algunos círculos de celebridades y lo canonizó en los despachos de abogados como el caso más complejo de la cultura post-MeToo.

Este juicio no es solo sobre sexo, poder y dinero. Es también sobre cómo la ley lidia con el carisma, el espectáculo y el culto a la celebridad. ¿Combs era un depredador sistemático o un libertino decadente? ¿Una víctima del puritanismo moderno o un abusador con presupuesto? El jurado todavía lo debate. Nosotros ya lo sospechamos.

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