Bajo un cielo inclemente y temperaturas que rozaban los 45 °C, millas de hindúes emprendieron un recorrido que no solo desafía el cuerpo, sino que pone a prueba el alma. La caminata hacia el santuario de Hinglaj Devi, enclavado en las áridas montañas del suroeste de Pakistán, se ha convertido en un acto de fe, resistencia y reafirmación identitaria.
Entre los peregrinos se encontró Amar Faqira, un hombre de Karachi que, tras ver recuperarse milagrosamente a su hijo pequeño de una parálisis repentina, juró realizar la caminata completa hasta el templo. Durante siete días, avanzó entre dunas y escarpadas pendientes, con los pies vendados y ampollados, llevando consigo una bandera ceremonial como ofrenda a la diosa.

“Cada paso es mi forma de agradecer”, decía mientras el sudor le corría por el rostro curtido por el sol. “La diosa me devolvió a mi hijo, lo mínimo que puedo hacer es caminar hacia ella.”
En un país donde los hindúes constituyen menos del 2% de la población, esta peregrinación anual representa algo más que un rito religioso. Es una afirmación silenciosa de presencia y pertenencia. La discriminación estructural y las tensiones religiosas no han logrado apagar el fervor que acompaña a esta tradición centenaria.

El viaje comienza simbólicamente en los cráteres de barro del volcán Chandragup, donde los devotos lanzan cocos al lodo burbujeante como parte de un ritual ancestral. Desde allí, atravesarán el río Hingol para sumergirse en sus aguas sagradas antes de adentrarse en las montañas. La meta es llegar a la cueva que alberga el santuario de Hinglaj Devi, considerada una de las Shakti Peethas más sagradas del subcontinente.
Aunque ahora existe la opción de tomar autobuses por la Carretera Costera de Makran —construida en los 2000 para unir Gwadar con Karachi—, muchos insisten en completar el trayecto a pie, considerando que solo el sufrimiento físico honra verdaderamente la promesa espiritual.
“No se trata de llegar rápido. Se trata de sentir cada piedra bajo los pies, cada latido”, aseguró Faqira mientras descansaba bajo una acacia, sus pies cubiertos de vendas improvisadas.
Para muchos peregrinos, la caminata representa más que devoción: es una forma de resistencia cultural. En una nación donde la historia oficial ha tendido a borrar o minimizar la presencia hindú, esta peregrinación renace con fuerza, impulsada también por el acceso a medios digitales, televisión por satélite e Internet.
“Volver a Hinglaj es como reclamar un espacio que nunca debemos perder”, comentó Mahendra, un joven del desierto de Thar. “No solo estamos caminando hacia un templo, estamos caminando hacia nuestras raíces”.
En el santuario, iluminado por lámparas de aceite y rodeado de cánticos y guirnaldas de flores, los fieles oran, se arrodillan y atan cintas a árboles sagrados. El dolor acumulado durante la caminata se disipa entre lágrimas, abrazos y plegarias.
Amar Faqira, finalmente reunido con su hijo en la entrada del templo, se arrodillo y tocó la tierra con la frente. “Aquí termina mi promesa”, dijo con voz quebrada. “Y comienza una vida nueva.”
Por el Ny Times:https://www.nytimes.com/2025/05/30/world/asia/pakistan-hindu-pilgrimage-hinglaj-devi.html