La actriz de cine para adultos Bonnie Blue, conocida por sus colaboraciones con Lily Phillips y por desafiar los límites de lo explícito, fue recientemente expulsada de OnlyFans tras anunciar un controvertido reto que la propia plataforma consideró inaceptable.

Bonnie pretendía encerrarse durante 24 horas en una jaula de cristal, completamente accesible para un público masculino que, según sus propias palabras, “podía hacer lo que quisiera” con ella. El evento, titulado provocadoramente como “El zoológico de mascotas de Bonnie Blue”, iba a transmitirse en tiempo real y tenía como meta romper su récord anterior de interacción sexual con múltiples hombres en un solo día.
Según reportó The Sun, la decisión de OnlyFans fue tajante:
“El contenido de desafío extremo no está permitido según nuestra Política de Uso Aceptable ni nuestros Términos de Servicio”.
Aquí es donde la crítica se vuelve más espinosa: ¿puede haber consentimiento real cuando se convierte en espectáculo? ¿Dónde termina la libertad individual y empieza la banalización de prácticas que, fuera de una cámara, serían motivo de alarma, denuncia o cárcel?
El concepto de “El zoológico de mascotas de Bonnie Blue” no solo deshumaniza, sino que juega con la cosificación extrema al punto de invitar al público a actuar como depredadores, mientras la performer se ofrece como “presa” bajo un barniz de consentimiento.
OnlyFans, al expulsarla, busca blindarse. Sin embargo, el hecho de que este tipo de dinámicas lleguen a anunciarse públicamente habla de una permisividad previa, incluso de una lógica de mercado que tolera lo intolerable mientras genere ingresos. Es cuando la presión social aparece —o cuando el escándalo amenaza el negocio— que se aplican las reglas.
Defender la libertad sexual no significa aceptar todo bajo ese nombre. Bonnie Blue se escuda en el consentimiento, pero olvida —o ignora— que ciertos “juegos” replican exactamente los patrones de la violencia sexual real: dominio, cosificación, impunidad. Y eso no desaparece solo porque hay cámaras encendidas o una cláusula firmada.
En tiempos donde las plataformas luchan por regular lo que ellas mismas monetizan, el caso Bonnie Blue no es solo un escándalo. Es una alerta sobre los límites de lo vendible, lo deseable y lo ético. El cuerpo no es un parque de diversiones y el consentimiento no es una licencia para representar cualquier cosa.
Lo que se hizo viral como “reto sexual” es, en realidad, un espejo de lo que no queremos ver: una cultura que a veces disfraza la violencia con emojis, seguidores y clicks.