Durante décadas, la hoja de coca fue percibida principalmente como la materia prima de la cocaína. Campañas antidrogas lideradas por Estados Unidos la perseguían y la ONU la catalogaba como una droga altamente adictiva. Sin embargo, en Bolivia, la coca tiene un valor cultural, medicinal y social que trasciende su uso ilícito. El gobierno boliviano ha impulsado una campaña internacional para que la ONU elimine la hoja de coca de la lista de drogas peligrosas. Si se lograra, se abrirían posibilidades para proteger su uso tradicional, fomentar la investigación científica y permitir un comercio legal, reconociendo su importancia en la vida andina.

En Bolivia, la hoja de coca se mastica, se consume en infusiones, se incorpora en alimentos y bebidas, e incluso se utiliza en productos como ungüentos, jarabes y helados. Su consumo ha sido parte de rituales y tradiciones culturales durante milenios, y también cumple un papel importante en la economía local, generando empleo y comercio legal. El Estado regula el consumo tradicional y el cultivo, estableciendo áreas designadas para mantener el equilibrio entre producción y precios para los agricultores.

A nivel internacional, la ONU clasifica la coca junto con drogas como la heroína y el fentanilo, mientras que Estados Unidos se ha opuesto a cualquier cambio por temor a que aumente la producción de cocaína. Sin embargo, un informe preliminar de la Organización Mundial de la Salud determinó que la coca tiene un bajo potencial de dependencia y no representa riesgos importantes para la salud. Bolivia busca que este reconocimiento permita facilitar el comercio legal, promover la investigación científica y salvaguardar el valor cultural de la hoja.
Desde 2009, la Constitución boliviana reconoce la coca como patrimonio cultural, y en 2017 se aprobó una ley que regula su cultivo, comercio y consumo. El Viceministerio de Coca y Desarrollo Integral supervisa toda la industria, asegurando que la coca destinada al consumo tradicional se mantenga separada de la producción de cocaína.La hoja de coca genera empleo directo e indirecto para miles de familias, mantiene precios estables en los mercados estatales y ha impulsado la creación de productos derivados que incluyen refrescos, helados y jarabes. Para muchos bolivianos, el consumo diario de hojas de coca no afecta la razón ni la salud, sino que forma parte de su rutina y tradiciones.