Sophie, una prostituta belga que prefiere mantenerse en el anonimato, relata cómo trabajó hasta una semana antes de dar a luz y volvió al trabajo tras una cesárea sin poder descansar: “No podía permitirme dejarlo porque necesitaba el dinero” .
Gracias a la nueva legislación, Sophie y miles de trabajadoras sexuales ahora tendrán acceso a contratos laborales oficiales, seguros médicos, pensiones y licencias por maternidad o enfermedad, equiparando su trabajo al de cualquier otra profesión.
Derechos que cambian vidas
La nueva ley representa un avance radical. Según Victoria, presidenta de la Unión Belga de Trabajadoras del Sexo (UTSOPI), “esta ley nos brinda herramientas para trabajar más seguras y ser tratadas con respeto” . Antes de la despenalización en 2022, muchos trabajaban en condiciones inseguras y enfrentaban abusos sin posibilidad de denuncia.
Victoria, quien lleva 12 años como trabajadora sexual, afirma que su trabajo es más que ofrecer sexo: “Es un servicio social que combate la soledad de muchas personas” .
Críticas y desafíos
Sin embargo, no todos apoyan esta legislación. Julia Crumière, de la ONG Isala, advierte que normalizar el trabajo sexual perpetúa una industria inherentemente violenta. “No es la profesión más antigua del mundo, es la explotación más antigua del mundo” , afirma.
A pesar de los avances, muchos trabajadores, como Mel, enfatizan que la ley no elimina por completo los riesgos, pero les permite rechazar clientes o condiciones que consideran inseguras.
Erin Kilbride, de Human Rights Watch, califica la ley belga como “el mejor paso que hemos visto hasta ahora en cualquier parte del mundo” y espera que inspire a otros países a seguir este camino.
Aunque la regulación del trabajo sexual sigue siendo un tema polémico a nivel global, para muchos como Sophie y Mel, este es un paso crucial para salir de las sombras y garantizar un futuro más digno.
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